Chincol vivía en un árbol de limones, en un pequeño pero bello patio, en algún lugar de Santiago. Todos los días el humano que vivía en la casa le tiraba migas de pan y Chincol bajaba a picotearlas en su presencia, el humano lo miraba con una sonrisa y no tardó tiempo en que se fueran haciendo amigos. A veces venían niños a la casa, cuando eso pasaba Chincol volvía a su árbol al grito de los niños “Tío Agustín, que bueno verte de nuevo” Así Chincol supo cómo se llamaba su amigo humano.
Harto tiempo pasó y de forma rutinaria, en la mañana luego del desayuno, el Tío Agustín le tiraba migas de pan mientras veía como Chincol bajaba a comerlas. El Tío Agustín se iba durante el día y Chincol lo esperaba en el Limonero, siempre llegaba al atardecer.
Durante la noche algo pasó, Chincol se despertó ante los gritos de una mujer que lloraba y los golpeteos de puertas y ruido de botas en el piso de madera de la casita. Chincol sin saber que ocurría, siguió durmiendo, esperando que se hiciera de día para ver a su amigo y que le diera las miguitas de pan. Pero en la mañana el Tío Agustín no salió de la casa al patio y Chincol pensó “quizás esta vez salió más temprano, pero por suerte lo veré en la tarde”. Pero el Tío Agustín no llegó a la puesta del Sol. Chincol lo esperó hasta que ya se hizo muy de noche “se atrasó, seguro lo veré mañana cuando me de las miguitas de pan, me iré a dormir”, pensó el Chincol. Pero otra mañana ocurrió y el Tío Agustín no aparecía por el patio. Miró por las ventanas y no vio que hubiera nadie, pero sí vio los libros y cuadros tirados en el piso de madera, junto con uno de sus zapatos.
Chincol comenzó a preocuparse y decidió ir a buscar a su Tío Agustín, así que salió de del patio y se dirigió a la Plaza de la villa, un lugar al que pocas veces había ido. Allí comenzó a gritar “¿Han visto a mi tío Agustín?” pero no recibía respuesta, parecía que las otras aves también estaban ocupadas gritando nombres. “¿Han visto a mi Tío Agustín?” volvió a gritar cuando desde la punta de un árbol baja una Tenca y le dice “En la Plaza de Armas lo vi”. La Tenca le dijo que lo vio bajarse de un camión al lado de la Catedral. Chincol nunca había ido tan lejos, sus pequeñas alas no le permitían volar tanto, así que voló de árbol en árbol, de patio en patio, de plaza en plaza, hasta que logró llegar al Centro de Santiago.
En la Plaza de Armas, Chincol una vez más comenzó a gritar “¿Han visto a mi Tío Agustín?” pero nadie respondía, solo veía personas corriendo de un lado a otro, volvió a gritar “¿Han visto a mi Tío Agustín?” cuando se le acercó una Paloma que le dijo “Yo parece que lo vi, con un Zapato y un Calcetín”. Era él, pensó Chincol, la Paloma le dijo que no vio muy bien a dónde se fue, pero que una Gaviota lo siguió hasta el puente del Río Mapocho. Agradecido, el Chincol, aunque cansado de tanto volar, siguió por el Paseo Puente hacia el Río, de árbol en árbol.
Llegando al Puente del Río Mapocho, vio a varias Gaviotas que comían cosas en el lecho, agotado gritó “¿Han visto a mi Tío Agustín?” y una Gaviota voló al puente. La Gaviota le dijo que vio a su Tío Agustín, con un zapato y un calcetín, pero que la última vez vio que lo llevaron a la costa, cerca del puerto. Chincol, decidido a encontrar a su Tío Agustín, le pidió todos los detalles de cómo llegar. Casi no tenía fuerzas, no había tomado su desayuno de miguitas de pan, pero aun así, desde las entrañas sacó el valor suficiente para volar hasta la playa.
Chincol nunca había volado más allá de la plaza de la villa, por primera vez en su vida llegó hasta el centro y ahora debía realizar el viaje más largo de su historia. Voló por horas, se hizo de noche y siguió volando, pasaron días. De poste en poste, de árbol en árbol y de cerro en cerro. Chincol casi desfalleciendo, cayéndosele las plumas de tanto volar y luego de varios días de viaje llegó a la playa.
Chincol ya no podía más, no había comido en días, había volado casi una semana, dando su mejor esfuerzo para encontrar a su Tío Agustín. Estaba exhausto, casi sin energías, pero con el Tío Agustín en su corazón y ahí mismo al frente de la playa, gritó por última vez “¿Dónde Está mi Tío Agustín?”. Sollozando en la horilla de la playa, de pronto en el horizonte del mar ve un pequeño pajarito, pero que cada vez se hacía más y más grande, era un Albatros que venía desde altamar. El albatros llegó a la playa, se acercó al pequeño Chincol y lo abrazó.